"Es una desgracia, una vergüenza para Alemania", enunció Ángela Merkel, canciller germana, siendo estas palabras un reflejo acabado de una tolerancia descarada frente a los horrorizantes actos criminales perpetrados por una célula nazi.
El impacto de los asesinatos perpetrados golpea a una sociedad con memoria que, perpleja, cataloga a los mismos como "desgracia" y "vergüenza". Se puede comentar lo siguiente: cuando se hace referencia a una "desgracia", ella es impensada, azarosa, no esperada ni deseada, es un accidente y por sobre todo ocurre sin aviso previo. Por ello, la pregunta a formular es: ¿este es el caso? ¿No será que las señales e indicadores no se vieron o no se interpretaron correctamente? ¿Los crímenes con claras connotaciones xenófobas no hablaban por si solos? ¿O será que catalogar a los nazis como "neonazis" banaliza el concepto sugiriendo que, al ser "nuevos", no tienen el peso conceptual y la carga histórica correspondiente?
El otro término, vergüenza, se refiere a una actitud formal personal, que da entender la reprobación de una persona ante una acción deshonrosa o injusta. La pregunta en consonancia es: ¿cómo una sociedad demuestra vergüenza? ¿Lo hace teniendo en cuenta que los asesinos son emergentes de ella misma? ¿Declamar vergüenza demuestra la verdadera profundidad de la tragedia?
A Merkel no se le ocurrió otra cosa, porque en realidad ella, como Gobierno, es parte de acciones y de omisiones que conducen a este tipo de situaciones, tales como menosprecio al riesgo de la ultraderecha como expresión política de poder, la complicidad de agentes infiltrados al interior del propio Estado y la destrucción de pruebas que impidió prevenir los crímenes. Beate Zschäpe, Uwe Mundlos y Uwe Böhnardt pudieron actuar impunemente desde el año 2000, cuando asesinaron a su primera víctima -un florista turco de 38 años-, hasta el 4 de noviembre de 2011, cuando perpetraron su último robo.
El nazismo permanentemente nos recuerda que sigue vivo y vigente, y que no existe tiempo ni espacio en los que no logre insertarse. En el marco de esa estrategia, surgen eufemismos para enunciar el fenómeno, como hablar de "neonazismo" cuando es claro que se está frente al "nazismo" con elevada capacidad de adaptación, convencimiento y permanencia.